Tu nombre... Libertad
Benno George Alvaro de Keijzer Fokker
Agradezco a Gialuanna y a Gerardo la sentida oportunidad de compartir en este evento mis recuerdos de Libertad Hernández Landa. Me comunico a ustedes desde dos distancias: la geográfica y la del tiempo que nos separa del momento en que ella se fue.
Libertad: te escribo como si estuvieras aquí en este momento en una confusa rememoración. Confusa en lo emocional dado que se juntan el agradecimiento, la alegría y el dolor. Fuiste de nuestras primeras “conocencias” en Xalapa a finales de los años ochenta. Recuerdo que fue en el DIF Municipal cuando te conocí por primera vez y me llamó la atención tu sonrisa abierta, franca y tu ánimo incansable, además de tu tono de voz cálido y siempre solidario. “Hola Benitooo”, me saludabas siempre. Nos fuiste abriendo espacios en las instituciones, incorporándonos a tus proyectos e ideales, pero también nos ligaste con tu querida familia. Me sorprende que no recuerde quién nos presentó, aunque recuerdo que fue con la frase “¡Tienes que conocer a Libertad!”.
Quizás se me escapan algunos ámbitos, pero fuimos cómplices en la construcción de la Red Mesoamericana de Salud Mental, mientras dejabas escuela con tus Ferias de la Salud que, aún ahora, se impulsan en distintas instituciones. Juntos tramamos alguna estrategia de teatro invisible aplicada a la reflexión del personal de salud del Instituto Municipal de Seguridad Social (IMSS). Contigo aprendí los primeros elementos de la investigación acción participativa para “conocer transformando” sin desconocer nuestra implicación como sujetos. También, con tu denodada claridad, dejaste en la Facultad de Medicina el proyecto de educar al estudiantado hacia una mirada sociocultural en lo que llamabas antropología de la salud – mucho más amplia que la antropología médica. Con este tema, abrimos juntos un seminario en el Ciesas Golfo.
En alianza con Luis (Rodríguez Gabarrón) no me permitiste no inscribirme al Doctorado de Salud Mental Comunitaria que tanto ha alimentado mi quehacer. Por ahí lograste que se compartieran a muchos de tus aliados como Jean Luc de France, a Carlos Rodríguez Brandao y Francisco Gómez Jara – también fallecido tempranamente.
Fuiste precursora, a través del Procomu (Programas Comunitarios para Mujeres), de lo que luego sería el Instituto Veracruzano de las Mujeres. Y fuiste organizadora del primer evento en Veracruz en torno a la trata de personas, en especial, de niñas y mujeres. Desde entonces ya tenías la claridad de que, para mejorar la condición femenina, había que trabajar también con los hombres.
Me recorre un escalofrío el saber que fui la última persona que se despidió de ti, estando ambos al frente del edificio de Relaciones Exteriores en Tlatelolco ¡Y justo íbamos saliendo del “Seminario Internacional: Nuestras niñas – Derecho a la equidad desde la infancia”!, un evento sobre los derechos de las niñas que luego devendría en mujeres. Yo iba a llevar a mis hijas al circo sobre hielo y tú a recoger a tu hijo que regresaba de Bélgica. Tu última sonrisa fue cuando nos despedimos y te subiste a un taxi y la siguiente debió haber sido para tu hijo. ¿Mal momento y mal lugar? ¿Me podría haber tocado a mí o fue algo dirigido a silenciar tu trabajo de denuncia de la trata de mujeres que, en México, era una práctica soterrada que aún no era un tema social o político?
En tu casa tenías una foto en gran formato que te reflejaba como te recuerdo ahora: joven, optimista y con una sonrisa abierta al mundo.
Escribamos en las paredes y en la metodología tu nombre: ¡Libertad!
