Sonríen los viejos campesinos
Jorge Martínez Ruiz
Recibimos las lluvias con entusiasmo y cautela.
En los rumbos del sur, antes de la tormenta, la muchedumbre tenaz de
las cigarras estridula con fuerza su cósmica presencia.
Desde Xochicalco, luce el verdor del valle y brilla como gema su laguna.
Un huracán abundoso de aguas y vientos azota por el mar caribe.
En la planicie de los pueblos mayas, las casas de caña brava resisten.
Los edificios de la costa, con sus estructuras de hierro, parecen
temerosos.
Desde las alturas de Chiapas y Guatemala hasta las planicies de Tabasco,
el poderoso Usumacinta esparce a su paso bendiciones y amenazas.
El turbio torrente de aluvión nutre los extensos humedales de Jonuta
donde el canto de los pájaros se prolonga en las horas luminosas del
ocaso.
En el altiplano del Anáhuac regresa la vida al lago de Texcoco, aves,
plantas, peces, libélulas y tortugas celebran el retorno del agua.
Bien entrado el verano llegan las lluvias al Desierto de Chihuahua. Los
cactus florecen, las praderas despiertan, los cielos se encienden y al
atardecer la luz es primorosa, el paisaje se muestra diáfano y profundo.
Una forma de plenitud, tristeza y esperanza nos arroba En las regiones
del norte los lagos ingenieros alcanzan los niveles de diseño para
abastecer la insaciable ciudad y su
inclemente industria.
A fines de junio, la creciente humedece los territorios de occidente,
Cuitzeo, Chapala, Pátzcuaro recuperan el esplendor de sus espejos.
Pero el río Santiago sigue enfermo, intoxicado de agroquímicos y
desechos que pudren la vida.Allá por las montañas de Totalco, en las
tierras fecundas de Veracruz, hieren y matan a la gente que defiende el
acuífero de las puercas empresas y de la caca de sus cerdos prisioneros y
no hay lluvia que alcance a limpiar los mantos ni justicia que atempere el
dolor por los caídos.
La ciénega de Tlaxcala se cubre de maíces, calabazas y chiles a pesar del
sufrimiento del Atoyac ofendido de arsénico y diabólicos residuos que
envenenan sus aguas.
En la cuenca alterada del río Tula, el agua sucia de mierda humana,
socaba las viviendas de la gente humilde.
Por el campo árido de Zacatecas, en un lecho seco avanza el flujo
espeso de un arroyo que baja de la sierra, arrastrando ramas de encino,
manzanilla, hojas y todo lo que se junta en
el estiaje.
Vuelven a llenarse los lagos, renacen los ríos, regresan las cascadas,
reverdecen el monte y las barrancas.
Y pese al tormento que guardan en su memoria, sonríen los viejos
campesinos.