De Agua somos, pero mucho ha de suceder antes de que brote manantial
Catherine Marielle
Fluya este pequeño manantial reflexivo
en memoria y homenaje
a Jasmín Aguilar y Catarina Illsley[1]
Que en Paz Descansan
Remembranza
Recuerdo mi asombro maravillado al conocer en 1976 los arroyos, cascadas y manantiales, tanta agua que brotaba en Ziracuaretiro, Michoacán, captada desde la meseta purépecha, dando vida a una verdadera “sinfonía” de colores, todos los verdes imaginables, entre cañaverales, pinos, platanares, aguacates, palmares y un sinfín de vegetación y animales que no suelen convivir en un mismo nicho ecológico… Agua brotando y corriendo por todos lados…
Memorias y vivencias colectivas
Para que brote este manantial reflexivo recurro a memorias y vivencias colectivas que hemos tenido como Grupo de Estudios Ambientales AC (GEA), consciente de recolectar muchas voces, sentires y pensares, sobre algunos de nuestros pasos como organización de la sociedad civil. De las experiencias, reflexiones y procesos aquí narrados hemos cosechado múltiples aprendizajes; en este recuento abordo algunos, entretejidos con nuevas reflexiones que surgen al seguir la pista del agua.
Cuando iniciamos nuestros andares como GEA, en 1977, teníamos la conciencia clara de querer contribuir a mejorar las relaciones entre la sociedad y la naturaleza, guiados por los principios y conocimientos de la ecología profunda y de la educación popular impulsada por Paulo Freire en Brasil, entre otras influencias de pensadores de diversas latitudes que nos ayudaban a comprender la realidad y caminar en procesos transformadores. De gran relevancia fueron las enseñanzas y el acompañamiento del Ing. Efraím Hernández Xolocotzi, eminente agrónomo y etnobotánico de la Universidad Autónoma Chapingo (UACh). El maestro Xolo nos adentró en la importancia, la necesidad y el método para conocer, investigar, comprender y revalorar la agricultura tradicional, la milpa, el maíz y su diversidad inconmensurable, la ciencia campesina de raíz milenaria. Investigación de huarache era su propuesta. Gustaba recordarnos que siempre hay antecedentes.
En esos años 70, estábamos en pleno auge de la Revolución Verde en México, remando a contracorriente, cuestionábamos el autoritarismo y el verticalismo del sistema político, educativo, la mentalidad de explotar la Tierra, nuestra Casa Común. Si bien se consideraba la injusticia social provocada por el sistema dominante, de muy pocos era el interés por el deterioro ambiental que ya surtía efectos visibles en muchas partes del país y el mundo. El tema de la ecología era restringido, sólo algunos expertos y académicos intentaban también, desde sus trincheras, despertar la conciencia ecológica en la sociedad.
La extensión agrícola del paquete tecnológico en boga (semillas híbridas, agroquímicos, mecanización, etcétera) desconocía y despreciaba los conocimientos y las prácticas ancestrales adaptados a la extraordinaria diversidad de nichos ecosistémicos y culturas del país. Para muchos el mundo campesino era sinónimo de pobreza y atraso que urgía superar (mentalidad que subsiste actualmente en sectores de la sociedad). Predominaba la ignorancia y, de manera oculta o abierta, un profundo racismo hacia los pueblos originarios y las comunidades indígenas y campesinas, lo cual se revelaría con el movimiento 500 Años de Resistencia India, Negra y Popular en 1992 y, de forma explosiva, con el levantamiento zapatista en plena entrada en vigor del TLCAN el 1º de enero de 1994.
Nuestro primer proyecto, en 1977, fue una experiencia inmersa en agua, un trabajo colectivo en una chinampa prestada en el barrio Caltongo de Xochimilco. Ahí experimentamos e investigamos las prácticas agrícolas de este sistema agrícola lacustre ancestral; nuestro cultivar fue maíz, frijol ejotero y huauzontle. Pudimos ensayar la riqueza vivencial de hacer investigación partiendo de la acción propia, aunque fuese extremadamente limitada nuestra capacidad productiva.
Aprendiendo en la chinampa, 1977
Fuente. Archivo GEA.
En esos años 70 y 80, el agua no era foco de atención como tal; corría nutriendo la vida en todos los procesos como siempre lo ha hecho, pero permanecía invisibilizada, por cierto, al igual que el trabajo y la invaluable dedicación de las mujeres para sostener la vida campesina y la biodiversidad.
Entre 1978 y 1982, varias personas asociadas impulsamos en la Sierra Nororiental de Puebla el manejo de los bosques en manos de sus legítimos poseedores (ejidatarios, comuneros y pequeños propietarios), con base en el método de árboles padres, en una de las primeras experiencias de silvicultura campesina sostenible. La brecha abierta en la Subsecretaría Forestal y de la Fauna, en aquel sistema dominado por concesiones forestales a grandes compañías taladoras, permitió realizar esa experiencia pionera. Se observaban los impactos de décadas (incluso centurias) de esa explotación forestal destructora en las partes altas y planas: tierras secas, erosionadas, abundantes tolvaneras y escasez de vegetación y agua. Fueron intensos los acompañamientos técnicos y organizativos para que la gente, comunidades y ejidos poseedores aprovecharan sus bosques. Pues había que remontar décadas de políticas forestales represivas, para beneficio de grandes empresas privadas y paraestatales. Nuestra investigación sobre consumo de leña para uso doméstico y de la pequeña industria familiar (alfarería, ladrillo, pan, carbón) demostró que la mayor deforestación no provenía de ahí, aunque sí era necesario incorporar hornos ahorradores de leña.
En esa propuesta innovadora de cuidar los bosques con y para la gente venía implícita la importancia de esos ecosistemas diversos para mantener los ciclos naturales del agua, pero en esa época no se explicitaba, no había megaproyectos ni despojos evidentes del vital líquido, en esa región.
En los años 80 y 90, emprendimos acciones diversas enfocadas en la educación ambiental, las ecotecnias, la evaluación rural participativa, aprendiendo de todas, abriendo caminos para una mayor conciencia, y participando en redes latinoamericanas e intercontinentales. La Cumbre de la Tierra (Río 1992) le dio un fuerte empuje al tema de la ecología a nivel mundial y en México. En GEA se desarrollaron metodologías participativas que ayudaron a acompañar diversos procesos, como el Plan alternativo de Regeneración Ecológica de la zona lacustre de Xochimilco ante un proyecto turístico privatizador y el plan alternativo ante la propuesta de presa hidroeléctrica en la cuenca del Alto Balsas. En ambos casos, si bien no se trataba de defender el agua como tal, el haber generado alternativas participativas con la gente contribuyó decisivamente a detener esos proyectos contrarios al interés común de los lugareños y al bienestar ecosistémico.
De estas y otras experiencias aprendemos que fue –y sigue siendo– fundamental que la gente esté informada y se organice para defender sus lugares, modos y sustentos de vida, sus derechos (que ya empezaban a ser enunciados y defendidos), y construir sus propias alternativas y hacerlas valer para detener los atropellos de proyectos depredadores y privatizadores de los bienes comunes (que en aquellos tiempos llamábamos recursos naturales). También está claro que en la actualidad el hecho de que la gente tenga claros sus planes alternativos no garantiza el éxito, ya que es cada vez más común que se desaten todo tipo de engaños, trampas, divisiones y hasta violencias extremas para imponer proyectos contrarios al buen vivir de los pueblos.
Los caminos de la construcción metodológica desde la praxis
En 1994, GEA formalizaba sus acompañamientos en la Montaña Baja de Guerrero; muy pronto el agua apareció como tema de interés primordial para la gente durante los diagnósticos, pero aún no era claro cómo abordarlo.
Mapa de los cuatro municipios con acompañamientos del GEA
Fuente: Archivo GEA.
Después de un lustro de trabajo con comunidades de la región para que el manejo de la palma Brahea dulcis y del maguey papalote (Agave cupreata) fuesen actividades sustentables, que no se acabaran por un uso intensivo sin prácticas regenerativas, se fue abriendo el camino para fluir con el agua. Ya había confianzas tejidas, respeto mutuo, diálogo de saberes, vivencias múltiples, metodologías participativas, acciones consensuadas y resultados alentadores. También se iba afianzando una visión cada vez más integral para abordar las problemáticas de las áreas comunes (montes, barrancas, cuerpos de agua, áreas de pastoreo), y comprender los impactos negativos en la vida de las familias y comunidades. De común acuerdo, nació en 2001 el proyecto Agua Compartida para Todos (ACPT) propuesto por Macarena y así nombrado por las propias comunidades, lo que en sí era un buen punto de partida.
Continuaron los diagnósticos participativos para conocer el estado de esas áreas comunes en cada comunidad, pero ahora, el agua estaba presente, visibilizada en todas las planeaciones de acciones a emprender para reparar las partes afectadas, en función de la priorización realizada con los comités y consensuada con las autoridades y en asamblea. Entre los problemas cruciales detectados se hallaban la deforestación y la erosión de los suelos. Observamos con fotografías aéreas situaciones muy distintas de una comunidad a otra, incluso vecinas, y encontramos una relación directa con su consistencia organizativa: donde mejor preservados estaban los montes y los bienes que proveían, mayor fortaleza había en las instituciones comunitarias, sus asambleas, autoridades, comités, normas y acuerdos. Esta constatación se volvió hipótesis de trabajo –amplia y sistemáticamente corroborada– y el hilo a seguir para orientar los trabajos en lo organizativo.
Por otra parte, en una región de laderas más o menos pronunciadas, la conservación de las aguas va de la mano con la de los suelos. Los planes de acción se realizaron en múltiples espacios de los territorios: en manantiales (restauración y obras de protección), montes (reforestación y cuidado de magueyes silvestres), barrancas (gaviones y cabeceos de cárcavas), parcelas erosionadas e improductivas (tecorrales o muros de piedra y plantaciones de maguey), y viviendas campesinas (cisternas de captación de agua de lluvia, filtros de agua potable, baños secos).
Taller del SAS, 2022
Fuente. Archivo GEA.
A la par, en 2001, el programa Sistemas Alimentarios Sustentables (SAS) de GEA iniciaba una experiencia piloto diagnosticando qué pasaba con la producción agrícola (principalmente en la milpa), los suelos, el agua (de lluvia y de riego), las semillas, las cosechas, la comida, el mercado… y averiguando cómo le hacían antes para no tener suelos pobres, contaminados, cómo eran las semillas, por qué eran más resistentes y se conservaban sin “pastillas”, qué comían ahora y qué alimentos se estaban perdiendo, por qué, qué enfermedades estaban apareciendo, entre otros aspectos de lo que pasa desde la producción hasta el consumo. Así empezó el cuidado y rescate de los maíces y otras semillas nativas, de comidas tradicionales, la restauración natural de la vida de los suelos, junto con muchos saberes asociados aún muy vivos en las memorias y las prácticas de las personas mayores; lo cual contribuyó además a la propia revaloración de su cultura campesina, de raíz indígena nahua.
Unas pocas personas ya estaban convencidas de las bondades agroecológicas, porque tenían antecedentes con buenos resultados para recobrar la fertilidad de sus suelos, animaron a las demás; asimismo llegaron del Grupo Vicente Guerrero de Tlaxcala a compartir sus prácticas con el método de campesino a campesino que tuvo mucho éxito y que luego escalamos a intercambios de comunidad a comunidad. Los resultados fueron sorprendentemente rápidos; en tan sólo dos a tres ciclos agrícolas los rendimientos de las doce parcelas experimentales iniciales habían duplicado y hasta triplicado la cosecha de maíz (sin contabilizar las de frijol, calabaza, chiles, tomates, quelites y otras plantas de las milpas). Además, pudimos observar claramente una mejor resiliencia de las milpas agroecológicas ante eventos de sequía que afectaron severamente a milpas vecinas cultivadas con agroquímicos y sin trabajos de retención de suelos y agua.
No se trataba de un “paquete” tecnológico alternativo, ahora con insumos orgánicos, sino de adentrarse en las profundidades de la agroecología; cada experimentador o experimentadora decidía su ritmo de transición para dejar los agroquímicos y maíces híbridos, así como los tipos de prácticas que deseaba o podía aplicar, pues las circunstancias varían de una familia a otra en materia de prácticas tradicionales, mano de obra y tiempo disponibles, en gran parte por los efectos de la migración; asimismo las condiciones cambian de una parcela a otra en cuanto a tipos de suelos, pendientes, grados de erosión, etcétera. No se trata de replicar un catálogo de recetas, sino de respetar la diversidad y la libertad de decidir, y adaptar inspirándose de los buenos resultados obtenidos en distintas parcelas.
Así caminábamos entonces, cada programa del GEA (Macarena y SAS) en las mismas comunidades, muchas veces con las mismas personas, y GEAVIDEO grabando talleres, encuentros, entrevistas, fiestas, para elaborar materiales audiovisuales de devolución a las comunidades y de comunicación sobre la importancia del mundo campesino del México Profundo.
Metodología en movimiento
Fuente: Archivo GEA.
Teníamos mucho interés en generar acciones conjuntas, pues ya era claro que el territorio comunitario constituye una unidad integral, formada por subsistemas socioambientales diversos y que así es como lo vive la gente, aunque por supuesto cada espacio tiene sus propios problemas, causas y posibilidades de soluciones. También era claro, al diagnosticar la situación del agua en cada comunidad, (1) que ella fluye por todos esos subsistemas, por todo el territorio, incluyendo los solares, huertos, viviendas y otros espacios públicos y privados; (2) que en cada uno se requiere agua; y (3) que el agua puede ser abundante o escasa, limpia o contaminada (por agroquímicos, sustancias tóxicas, o aguas negras).
La propia lógica indicó que había que escalar en distintos niveles de acción, por ejemplo, era evidente que los escurrimientos de parcelas trabajadas con agroquímicos (plaguicidas, fertilizantes químicos) ubicadas en partes más altas no sólo contaminaban las que se sitúan más abajo sino también los manantiales restaurados o en proceso de ser protegidos.
Así de clara brotó el agua. Se visibilizó, y la escogimos como eje integrador de todas las actividades que estábamos realizando, y que nombramos con palabras en lengua nahua.
Líneas de acción en el territorio
Fuente: Archivo GEA.
Entonces pudimos emprender acciones más compartidas, más entrecruzadas, también porque los comités y personas que participaban en las diversas actividades de restauración de las áreas comunes, cultivaban sus milpas. Un efecto elocuente de la comprensión de todas las interconexiones territoriales fue pasar de la planeación parcelaria ecológica primero a los festivales del maíz, las semillas y el agua y enseguida a la visión de una agroecología comunitaria con enfoque de cuenca. Surgió un nuevo lema: Agua y alimentos sanos para todos siempre.
Desafíos de la complejidad
Fueron años de mucha creatividad para seguir generando métodos de trabajo que nos permitieron ir ampliando los espacios de participación comunitaria y a la vez, sobre la marcha, a partir de la praxis y de los procesos colectivos de análisis y reflexión, ir transformando los conceptos, tanto los propios como los ajenos. Por ejemplo, después de ver de cerca otros métodos y prácticas de “ordenamiento territorial” no decididos plenamente desde el corazón y los saberes campesinos, preferimos avanzar hacia la organización comunitaria del territorio, con el agua, el maíz, las semillas y la comida en su centro, en manos de las comunidades y sus instituciones.
A sabiendas de que estábamos en procesos multidimensionales, complejos, y que no es tan sencillo ajustar la conciencia y la comprensión que se van adquiriendo con la praxis, ideamos la creación de un enlace estratégico entre ambos programas del GEA, lo que nos ayudó a superar la fragmentación entre los equipos de acompañamiento, pues no todas las personas tenían la misma disposición mental para transformar sus modos o simplemente entender, aceptar y acoplarse con la diversidad conceptual y práctica, respondiendo al propósito común. Un ejemplo de esas diferencias que dio para muchas reflexiones internas tuvo que ver con el dinero; necesitábamos valorar los pros y contras del trabajo voluntario y del pago de jornales. No había unanimidad, y respetar las distintas modalidades entre los equipos, y la consiguiente comunicación con las comunidades, llegó a plantearnos importantes desafíos.
Sin entrar en detalles de todo lo que resultó al respecto, ni de otras complejidades y obstáculos que podrían motivar casos de Tormentas y bonanzas, algunas preguntas ilustran las reflexiones vividas, con cierto potencial para ser consideradas en otros ámbitos, lugares y experiencias. ¿Cuál es la importancia del trabajo voluntario entendido como servicio comunitario para el bien común? ¿Qué pasa en las comunidades cuando se pierde esa conciencia o esa posibilidad por diversas causas, como la privatización de tierras, la migración, la falta de relevo generacional, el debilitamiento de las asambleas, las violencias o desplazamientos forzados? ¿En qué circunstancias es adecuado que haya recursos económicos para quienes efectúan labores pesadas o especializadas que rebasan las tareas tradicionalmente asumidas mediante el sistema de cargos o los tequios? ¿Cómo lo pueden manejar las autoridades, los comités comunitarios y las asambleas para mantener su cohesión y fortaleza? El reto permanente para la comunidad es mantener su espíritu colectivo y que ese tipo de apoyo financiero no la debilite o fragmente ni individualice los beneficios, sino que el propósito sea mayor, para el bien común, para mejorar el territorio, lo cual es más evidente y propicio tratándose de áreas comunes, como barrancas, manantiales, montes, entre otras.
Diálogo de saberes en Topiltepec, 2014
Fuente: Archivo GEA.
Otro elemento integrador entre los equipos y las comunidades, además del agua, fue la comida. Ambos elementos van de la mano y se juntaron en el Chantli, la vivienda campesina y su solar, su huerto. Trabajamos esos espacios en conjunto, buscando reforzar la autosuficiencia en agua limpia y alimentos sanos y variados, cuidar la leña y la salud con estufas ahorradoras, y animando determinantemente la participación de las mujeres. También el trabajo con las escuelas de todos los niveles (de preescolar a telebachilleratos) consolidó la visión integral y el enfoque común, ampliando considerablemente los efectos positivos en la conciencia y las prácticas de las familias, comités de madres y padres, personas docentes y directivas, y estudiantes de todas las edades. Particularmente relevante en este sentido fue el proyecto Jornadas por la Madre Tierra, con métodos pedagógicos lúdicos y actividades extraescolares, como obras de teatro, dibujos, murales, recorridos en campo con personas adultas, y otras. Todo ello contribuyó a restaurar relaciones intergeneracionales, el aprecio de niñas, niños y jóvenes hacia las y los Huehues, acrecentar su conciencia ambiental, expresar sus propios sueños de cómo les gustaría ver sus territorios y, de forma entrañable, propiciar el cariño por su terruño.
El agua, el territorio, el maíz, las semillas campesinas y la comida, junto con la constante labor de las mujeres y los hombres del campo que cuidan esas riquezas naturales y culturales para todas las personas, también fluyeron a través de las ondas de la radio comunitaria educativa, la Uan Milauak Tlajtolli, la Palabra Verdadera, en un esfuerzo por estrechar la relación campo-ciudad; y, a escala nacional, en el programa Del campo y de la ciudad, en Radio Educación. Aquí es importante destacar el rol de los medios de comunicación, sean locales o de mayor amplitud, y seguir aprovechando todos los canales posibles para socializar la información, tanto generada desde abajo como en las luchas emprendidas para denunciar los atropellos y violencias e incidir en esos otros espacios de la vida pública en los que intereses ajenos al bien común y al buen vivir de los pueblos presionan, avasallan e imponen sus dictados.
De esta manera, vemos constante y fundamental el tema de la comunicación y socialización de la información, que va de la mano con la formación para la acción. Así como la comunicación se da en múltiples formas, niveles y canales, también la formación se va adaptando a los distintos actores y edades, con métodos propios para cada uno; sean niñas y niños de preescolar o primaria, jóvenes de secundarias y bachilleratos, maestras y maestros, madres y padres de familia, autoridades civiles y agrarias, comités comunitarios, personas animadoras y experimentadoras agroecológicas, promotoras y promotores campesinos, organizaciones y personas acompañantes.
Parte del reto formativo es entender los problemas que se viven en las comunidades y sus territorios, entender de dónde vienen, quiénes son los responsables, y organizarse mejor para resistir diversos embates y seguir construyendo o re-construyendo otros modos, otros mundos.
Vinculación y articulación para avanzar hacia otras políticas públicas
En 2012 ya había suficiente madurez, organización y capacidad regional en torno al tema de la gestión comunitaria del agua para participar, desde esa perspectiva, en la elaboración de la Iniciativa Ciudadana de Ley General de Aguas (ICLGA) impulsada por la Coordinadora Nacional Agua para todos, Agua para la vida (de la que GEA forma parte), iniciativa en la que también aportamos desde el enfoque de la soberanía alimentaria y la soberanía hídrica.
En nuestras experiencias de incidencia en políticas públicas o acciones jurídico-políticas ha sido muy útil analizar y trabajar en esas multi escalas para reforzar la argumentación en cada una, dadas sus interconexiones, y especialmente cuando se trata de presionar a los tomadores de decisiones que van a afectar con leyes y programas contrarios a los derechos individuales y colectivos de los pueblos y el cuidado de los bienes comunes. Por supuesto, esas experiencias a escala nacional las hemos lanzado y realizado en diálogos y acuerdos con muchas personas y organizaciones comprometidas con la defensa socioambiental y el bien común.
Hay varios ejemplos esperanzadores: hemos logrado detener la siembra del maíz transgénico en México por más de once años y varios intentos de reformas de la Ley Federal de Variedades Vegetales orientadas a privatizar las semillas y prohibir el intercambio libre de semillas campesinas, entre otras estrategias para sostener la resistencia de los mundos y modos de vida indígenas y campesinos, con beneficios para toda la población. Lo que el caso de la ICLGA ha aportado es precisamente una enorme riqueza y diversidad de voces de comunidades, organizaciones, académicas y expertas en leyes y abogacía de todo el país, que contribuyeron a construir una propuesta sólida, capaz de llegar hasta el Congreso de la Unión, demostrando que con una buena coordinación y un propósito mayor compartido hacia el rescate del agua como bien común, se puede arribar a grandes consensos que una década después nos siguen convocando para lo que falta. Pues sigue vigente la Ley de Aguas Nacionales de 1992, doce años después de que venció el plazo (fijado en la reforma al Artículo 4º Constitucional de 2012) para que las legislaturas promulgaran la Ley General de Aguas que garantice el ejercicio del Derecho Humano al Agua y al Saneamiento.
Formación integral para la autonomía
De vuelta a las reflexiones surgidas desde los trabajos a escala local, comunitaria, intercomunitaria y regional, el compartir las luchas que se libran a escala nacional también favorece que la gente haga su propio razonamiento y entendimiento de qué tiene que ver lo que pasa “arriba” (en lo nacional o internacional) con lo que pasa “abajo” en sus vidas, sus territorios. Un ejemplo fecundo fue toda la reflexión-formación suscitada en torno al cambio climático, entre 2016 y 2019. Se abrieron pistas y comparticiones profundas sobre las señales que las y los campesinos venían observando en la naturaleza; por ejemplo, los cambios de comportamiento de los pájaros y las hormigas les permitían ejercitar nuevas lecturas del clima para tratar de adaptar sus prácticas, principalmente referidas a las lluvias de las cuales dependen sus milpas, que ya venían alterando los ciclos agrícolas tradicionales.
Emprendimos varios programas de formación, empezando por la propia, la de las y los promotores quienes se apropiaron del tema para construir sus planes de autoformación y luego elaborar planes para compartir saberes y habilidades con más personas de sus comunidades. De este modo, se volvieron personas formadoras de otras. Un aspecto destacable de este proceso es que generaron los programas de formación con sus propios dibujos, carteles y explicaciones, con sus propias palabras para un entendimiento más parejo y accesible sobre cambios climáticos. Esto es también parte de los desafíos que se enfrentan comúnmente, cuando los lenguajes y conceptos ajenos forman barreras que impiden una comprensión suficiente para la apropiación del tema y de las acciones de remediación, prevención o defensa a emprender.
Los planes y programas de formación multitemáticos, que a la fecha siguen elaborándose, han jugado un papel primordial (más no exclusivo) en la cada vez mayor autonomía de los equipos territoriales. Combinados con circunstancias a veces desfavorables para permanecer en los territorios, y con la conciencia y voluntad expresas del GEA de que los procesos han de generarse y quedar en manos de las comunidades para garantizar su autonomía y sostenibilidad de largo plazo, la formación-acción permanente de nuestras compañeras y compañeros campesinos permitió afianzar su posición como personas reconocidas, invitadas a capacitar, formar y asesorar a otras y en otros procesos en su región, en su estado y a veces más allá, fortaleciendo su propia autonomía, sus andares y anhelos. Así, progresivamente, se constituyeron en el colectivo Epicentros Comunitarios de Ciencias Campesinas (ECCCOS), con los que seguimos caminando y estrechando lazos de colaboración, solidaridad y amistad.
Cosecha de acciones y aprendizajes
A partir de todo lo caminado juntos y lo logrado en el manejo comunitario de los Sistemas Agua Vida (SAV) en la Montaña Baja de Guerrero, nos animamos como ECCCOS y GEA a participar en el Programa Nacional Estratégico Agua convocado a finales de 2019 por el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías. Entre 2022 y 2024, llevamos a cabo el Proyecto Nacional de Investigación e Incidencia “Procesos formativos y organizativos en los sistemas comunitarios de manejo del ciclo agua-vida con enfoque de cuenca en la Montaña de Guerrero”, junto con Enlace Comunicación y Capacitación, Centro de Investigación y Asistencia en Tecnología y Diseño del Estado de Jalisco, investigadoras de Universidad Loyola de Chicago y UACh.
Ofrenda a manantial, 2007
Fuente: Archivo GEA.
Conformamos un colectivo amplio y complejo, colaborando también con otros proyectos estratégicos, por lo que la cosecha de aprendizajes aún no termina. Además de diseñar e implementar planes de acción comunitarios enfocados al manejo de los SAV en comunidades de la Montaña Baja y Montaña Alta, y de dar continuidad a la formación-investigación-acción-reflexión permanente con el programa de formación Agua, Tierra y Libertad (ATL), este proyecto ha tenido la virtud –y el desafío constante– de combinar la investigación con la acción y la incidencia. Si bien es algo que veníamos haciendo de por sí en GEA, los Pronaces tienen el valor de reconocer el potencial de la investigación–acción y de ampliar sus articulaciones epistémicas y políticas.
Hemos señalado la dificultad de ajustar los lenguajes y compromisos de los proyectos con los ritmos y modos de las comunidades. Quizás ayuden algunas preguntas y principios básicos: ¿Cómo armonizar las vivencias y percepciones diferenciadas, los modos de comprender, de hacer, de comprometerse, de dialogar? Una niña de ocho años que participaba en aquellas Jornadas por la Madre Tierra lo resumió así: “escuchar, respetar, compartir”. Y sí, se requiere humildad verdadera para no imponer ideas y enfoques ajenos, no extraer información para otros fines, sino avanzar con el propósito común, propiciando sintonía y confianza mutua para cuidar los procesos comunitarios y la construcción colectiva. Lo hemos vivido y sabemos que, así como se puede fallar, se puede lograr plenamente, caminar entre toda la variedad de humanidad que somos, pero eso requiere no olvidar los valores profundos que permiten tejer y sostener esas confianzas, y también tener el valor de señalar cuando se apartan o se pierden, aclarar, reconocer los errores, ejercitar el pensamiento crítico y la autocrítica. Eso es cuidarnos entre todas y todos.
Reflexiones finales a modo de conclusión
Con base en las experiencias aquí compartidas, si bien es cierto que no siempre pueden atenderse tantos aspectos de la vida y el territorio comunitario, podemos afirmar que cualquier proyecto debería siempre mantener una visión integral, multidimensional, para no caminar aislando elementos interrelacionados. Sigue vigente la matriz hacia la sustentabilidad que elaboramos en GEA a finales de los 90, considerando todas las dimensiones (ecológica, tecnológica, económica, política, social, cultural, ética, espiritual), con valores y anti valores correspondientes a cada una, porque sin ese discernimiento y entrecruzamiento es muy fácil dejarse atrapar en argumentos falaces y caer en manipulaciones y trampas tendidas por poderes fácticos. La transdisciplinariedad actualmente impulsada, principalmente en ámbitos académicos y de la ciencia independiente y comprometida con la sociedad y el ambiente, va en ese sentido, abriendo nuevas perspectivas para profundizar en los diálogos de saberes, que de por sí son eso: atravesar fronteras invisibles, vivenciales, culturales, sociales y mentales, y dejarse trans-formar. Pero nos obliga nuevamente a dilucidar cómo se entiende, qué implica aplicarla, y a qué suena en las comunidades. Quizás una clave está en expresarnos de manera sencilla, comprensible para todas las personas. Al compartir caminos y proyectos con las comunidades es reto y tarea permanente, las metáforas nos ayudan y alegran esos diálogos. ¿Cuál sería la metáfora de lo transdiciplinario?
Una pregunta crucial subsiste: ¿Cómo hacerle para que los avances logrados hasta ahora incidan de manera decisiva en la política nacional del agua, que sigue secuestrada por grandes intereses privados ajenos al bien común y a la sustentabilidad? Esta pregunta puede extenderse a otros ámbitos de defensa de los comunes, pero el agua no aguanta más. ¿Estaremos a la altura del reto como sociedad responsable y comprometida con las generaciones presentes y futuras?
Hoy en día estamos inmersos en una crisis socioambiental y un caos climático planetarios sin precedentes, cuyas violencias y complejidades evidencian el colapso civilizatorio en curso. Se requieren cambios urgentes de paradigmas y mentalidad para reconstruir una Humanidad reconciliada entre sí y con la Naturaleza, la Madre Tierra y todos sus seres vivos. Suena utópico, sin embargo, la utopía sirve para caminar hacia nuevos horizontes. Innumerables experiencias y esfuerzos van encaminados con esta visión de otro mundo posible en el que quepan muchos mundos, que son tantas luces de digna esperanza para seguir inspirando y entusiasmando a las jóvenes generaciones y hacer florecer las semillas ancestrales cuidadas por los pueblos originarios de México y el mundo.
Notas al pie
[1] Jasmín nos abrió el camino, a partir de la invitación que le hiciera la Sanzekan Tinemi SSS en 1993, para trabajar y convivir con las comunidades de la Montaña de Guerrero; ese camino, que ella acompañó hasta el final de su vida en 2009, se hizo muchos caminos como los arroyos que confluyen hacia ríos más grandes dando vida, agua, semillas y frutos en sus riveras. Catarina retomó el desafío de coordinar el Programa Manejo Campesino de Recursos Naturales (Macarena) y hacer florecer múltiples proyectos hasta el final de su vida en 2014, destacando sus aportes para los magueyeros y mezcaleros de esa región y el agua.
Referencias
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